De mañana llevé a Patricia y a Graciela -dos argentinas amigas de Grata- a conocer el barrio Reus. Les encantó. Claro, ahí yo no había llevado la cámara –era de mañana y el cerebro a esas horas no me funciona- pero ellas sí tenían cámaras y nos sacamos unas fotos, espero que me las manden.
Después de esa experiencia anduve con la cámara casi todo el día, incluso la llevé al casamiento de la hija de Alberto, un primo muy querido de Julio que murió hace un tiempo. El casamiento estuvo muy divertido, y no saqué fotos. Después nos fuimos a lo de Laura y Juanpi, pero Juan ya estaba durmiendo –ya eran como las tres de la mañana, claro. Era su cumpleaños y por eso fuimos tan tarde... pobre: no pudo recibir nuestros saludos y bendiciones. Y yo quería filmar unos minutos de cumpleaños para mi video. Bueno, ya tendré otros cumpleaños. Tampoco ahí saqué fotos. Se ve que mi cerebro quedó estacionado en la mañana, por haberme levantado (relativamente) temprano.
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Sofi llegó de mañana. Venía super cansada. Aunque pasó bárbaro dice que en Rivera la temperatura llegó a los 44 grados. Me imagino lo que sería, si acá en Montevideo no se podía respirar del calor. Rivera es una ciudad húmeda y no hay viento y es muy lejos del mar. Es un horno. O una sartén sobre un fuego lento. O una olla al baño maría.
Al mediodía vino Manuel y se quedó un rato charlando. Lo encuesté para el video que voy a editar en febrero en el CRA del CCE: “RITUALES/ los festejos/ 3”. Estoy feliz con mi cámara nueva, pero todavía estoy tratando de agarrarle la mano.
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Me despertó un rayo de sol que entraba por la puerta abierta. Corría un aire fresco, agradable. Apenas escuché el sonido del agua golpeando contra el casco, recordé que estábamos en el barco. Me desperecé con placer y me dejé acunar por el vaivén suave del mar. Dudé. Mi problema más importante a esa hora era decidir si tapaba las entradas de luz de alguna forma o directamente me levantaba y preparaba un mate. Me quedé un rato meditando, mirando las varillas de madera, me di vuelta hacia un lado y hacia el otro un rato hasta que al fin me levanté. Asomé la cabeza por el tambucho y miré para afuera. Ya eran como las nueve de la mañana, pero no se notaba movimiento alguno. Ni en el club, ni en la playa, ni en los barcos, ni en las marinas, ni en la escollera. Sí se notaba que estaba nublado –parcialmente-, que iba a hacer mucho calor y que había demasiado viento para salir a navegar. Después nos enteramos que el puerto estuvo cerrado. El termómetro del barco ya marcaba 26 grados, había bajado el barómetro y había menos humedad que el día anterior (el día anterior hubo 34 grados, y se sintieron). Me dediqué a preparar fruta para desayunar. Julio se levantó y se puso a colocar un toldo para poder estar afuera sin achicharrarse. Estábamos un poco malheridos del sol del día anterior. En eso estábamos cuando llegaron Pelu y Mario. Tomamos mate, charlamos de barcos, de navegadas, nos propusimos cruzar el Atlántico; hasta que empezaron a pasar los barquitos de la regata, y decidimos salir. Ya muchos barcos habían salido, el viento había aminorado bastante y en el puerto hacía demasiado calor. Salimos solo con la vela de proa, cosa de trabajar poco. En un momento en que el viento amainó enrollamos la vela, dejamos el barco al garete y fuimos al agua. Estuvo super, no daban ganas de salir del agua, que estaba transparente y salada, fresca. Pero Julio que como buen capitán no dejó el barco solo, nos apuró porque la marea nos llevaba hacia la restinga. Así que subimos (Pelu y yo con la vela ya izada). Navegamos otro rato, y empezó a ponerse más pesado, el termómetro ya marcaba 35 grados –adentro, a la sombra. Así que pedí que tiraran un cabo por la borda y agarré un salvavidas y me tiré de nuevo al agua, estaba re lindo, me dejé arrastrar por el barco un rato, apoyada en el salvavidas como si fuera un colchón. De golpe sentí que el barco tiraba demasiado y empecé a tirar del cabo para acercarme al barco. Se había largado una racha fuerte, y me costó llegar, la fuerza de la marea me sacaba el salvavidas y me entraba agua en la boca (la cerré). Al final Pelu me ayudó a salir, Julio ni cuenta se dio de que estuvo a punto de perderme y que las corrientes podían haberme llevado a los Mares del Sur, o a la costa africana, yo qué sé. Capaz que no hubiera llegado hasta allá flotando en el salvavidas porque debe haber tiburones que me hubieran comido apenas me hubiera metido en su territorio. Quién sabe.
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