AUTORRETRATO http://07
28.9.07
  27 de setiembre 07, jueves.

Casi ídem que ayer: me levanté tarde, tenía frío y muchas ganas de dormir. Pasé todo el día con frío, aunque había sol. Estaba con ganas de nada. Después del almuerzo me acosté a leer en el sillón frente al fuego; por supuesto me quedé dormida y me desperté a eso de las 5.

Va cuentito (hace tiempo que no mandaba ninguno, eh).

LA SECRETARIA DE DIRECCIÓN

Cuando la secretaria de dirección, la señora de Noble, entró en la clase, todos nos pusimos de pie. Su rostro, normalmente afable, en ese momento mostraba una seriedad inusitada. Se escuchó con claridad su “buenos días” que anticipó el murmullo de la clase, un eco compacto seguido de un silencio expectante. Se inclinó hacia el profesor y le habló en voz baja. El profesor asintió con la cabeza y luego ella miró hacia la clase, fijó sus ojos en mí y dijo: “Señorita, puede salir un momento”.

Dejé la birome en el escritorio y cerré el cuaderno de apuntes. Su voz me sonó glacial y acusadora, y me paré y la seguí mientras pensaba en cual podría ser el motivo de que me sacaran en la mitad de una clase. El hecho era bastante insólito, así que el motivo tendría que ser importante, pensé mientras caminaba hacia la puerta del salón, callada, con el presentimiento de que me esperaba una sanción por alguna falta que acabaran de descubrir.

Por el rabillo del ojo derecho podía ver como algunos de mis compañeros suspiraban, aliviados, y otros me observaban con lástima. Cuando pasé frente a Mariela la miré, alarmada, y ella me devolvió una mirada que quería darme ánimo, levantando el hombro izquierdo de forma casi imperceptible, como minimizando el asunto. Le sonreí a medias con disimulo. Me imaginé que podían haber descubierto nuestra escapada del día anterior, cuando todas las clases se reunieron para el ensayo del coro, y Mariela y yo nos quedamos atrás, ordenando los cuadernos y los libros hasta que vimos que no había ningún adscrito por los corredores y luego subimos al segundo piso, entramos a un salón vacío y nos asomamos por la ventana a escupirle a la gente que pasaba por la calle. “Pero no”, pensé, “si nuestros escupitajos mal dirigidos se esfumaron en el aire y no le embocamos a nadie”. Lo intentamos hasta que se nos acabó la saliva, y más tarde logramos volver al salón junto con el resto de nuestros compañeros sin que nadie notara nuestra falta.

Si no era por eso por lo que me llamaban, entonces podría ser que algún soplón hubiera contado que en los recreos largos nos encerrábamos a fumar en los baños de preescolares que a esa hora estaban vacíos; podría ser eso, sí, y seguramente había sido Claudia, que siempre nos miraba subir a los baños con la cara toda fruncida.

Traté de elucubrar coartadas con rapidez para explicar cualquier posible falta, intentando valorar que sería peor, si aceptar la falta o negarla con un rotundo “yo no fui, cómo va a pensar eso señora de Noble, si yo no fumo, no me gusta fumar, y cómo se me va a ocurrir fumar justo acá en el liceo”. La señora de Noble era una gordita de aspecto maternal, si en lugar de ella hubiera sido la señorita Achuverriaga la encargada de amonestarme ya hubiera estado temblando; la señorita Achuverriaga era alta y grandota y el pelo canoso que se le enrulaba sobre la frente le daba un aspecto entre cómico y feroz, además era una persona muy severa y tenía fama de intransigente. Ella tenía unos ojos inquisidores que parecían darse cuenta de todo. Pero con la señora de Noble una se podía entender, podía darle explicaciones, alegar motivos y después mostrar arrepentimiento.

Bueno, pensando en todo eso caminé atrás de la señora de Noble, mirando cómo se bamboleaba su pollera azul marino de un lado a otro al compás de sus pasitos cortos, escuchando el taconear de sus zapatos altos sobre el piso lustroso de baldosas grises. Bajamos la escalera, yo siempre atrás de ella me estiré la pollera gris del uniforme para que no pareciera tan corta, me subí las medias hasta las rodillas y traté de arreglar mi cola de caballo para estar prolija.

“Se habrán dado cuenta de que copié en el escrito de química”, pensé, “capaz que encontraron el dichoso ferrocarril que se me perdió en la clase, pero no, un ferrocarril es un ferrocarril, nadie puede probar que es mío ni de nadie”. “O capaz que la profesora de química protestó por el despelote del martes pasado”. Pobre la profesora de química, ella siempre con ese moño canoso que le deja el pelo tirante en las sienes, me da pena desde el día en que se puso a llorar en aquella clase en la que empezamos a hacer sonidos guturales con la boca cerrada, y ella iba de un lado al otro del salón intentando descubrir el origen del sonido, y cuando venía hacia mi lado yo me callaba y Beatriz empezaba a hacer “gmm gmm gmm” desde el otro extremo, hasta que la clase entera estalló en una carcajada y a ella se le cayeron lágrimas de furia, o de frustración, o de humillación o quién sabe de qué. Sí, ese día me dio lástima, en realidad tratábamos de divertirnos porque la clase era muy aburrida, pero de ahí a hacerla llorar ya fue demasiado, “cuando una profesora llora”, pensé mientras caminaba resignada hacia lo que presentía como mi cadalso; “cuando una profesora llora adquiere un carácter humano del que los profesores siempre están desprovistos”; los profesores para mí en esa época eran enemigos, pero ese día a la profesora de química la sentí cerca y me dio vergüenza sentirla cerca, y haberla hecho llorar. Me despertó un sentimiento parecido al cariño, en realidad, es la única profesora que recuerdo con cariño de todos los profesores que tuve en el liceo.

Pero bueno, al final la señora Noble y yo atrás de ella llegamos a la dirección después de recorrer los pasillos vacíos y silenciosos, donde solo se escuchaba el ritmo de su taconeo, porque mis zapatos de suela de goma no hacían ruido.

La dirección era un lugar muy limpio y ordenado, el vidrio que cubría la mesa del escritorio brillaba sin una marca en su superficie, todo estaba en su perfecto lugar; y yo sentí que era demasiado ordenado, que en ese espacio tan perfecto y pulcro no había lugar para los sentimientos, que de tan ordenado era frío e insensible y que iba a ser difícil para mí defender mi causa, fuera la que fuera.

La señora de Noble me indicó una silla solitaria y se sentó en el lugar importante, en un sillón giratorio de madera oscura y lustrosa, al otro extremo del vidrio brillante del escritorio, que reflejaba su cara y sus manos cruzadas sobre la mesa. Me senté con una sensación de inseguridad creciente, y convencida de que esa vez iba a ser muy difícil zafar.

Que me sancionaran era grave, y pensé que no iba a tener forma de explicarle a mis padres nada, e imaginé mi futuro negro, en una penitencia perpetua.

La luz que entraba de la calle a través de las cortinas venecianas formaba rayas paralelas sobre la señora de Noble, y justo a la altura de los ojos le atravesaba la cara una banda oscura que me hizo pensar en un antifaz, y me hizo gracia su figura tan redondita con un antifaz, y me la imaginé parándose de un salto sobre el vidrio brillante con una espada en la mano derecha y cortando el aire con ella como si fuera el Zorro, con la otra mano en la cintura y gestos de valiente espadachín.

Imaginarla así me hizo sonreír sin darme cuenta, y como estaba mirándola, seguramente pensó que la sonrisa iba dirigida a ella y a su vez me sonrió.

Eso me despistó porque hasta ese momento no había dado ninguna señal de simpatía ni de acercamiento alguno, así que fui enderezando la boca, y observando sus reacciones para no meter la pata. Sonreír podía ser muy desafiante en una situación tan seria como era esa y se podía interpretar como un desafío a la autoridad, que en ese momento emanaba de ella; y yo no tenía ninguna intención de desafiarla y no quería que se interpretara de esa forma. Mi única intención era zafar de la probable amonestación. Así que dejé los ojos sonriendo pero la boca no, para darle a mi expresión algo de beatitud y de apertura, y que mi gesto no pudiera interpretarse como burlón ni desafiante.

Para mi desconcierto, ella siguió sonriendo, y yo pensé que era una sádica, porque solamente una sádica podía sonreír así frente a su víctima, y seguramente se imaginaba que mi castigo familiar luego de la sanción del colegio iba a ser grave y por eso se sonreía así.

Pero confiando en mi capacidad para convencerla de que yo no había hecho nada, continué esperando la acusación.

-Señorita... –dijo con voz suave, mientras yo contenía el aliento y trataba de entender lo que me decía porque estaba obsesionada pensando en cómo le iba a explicar a mis padres lo de la sanción. Unos retazos de su discurso se mezclaron con mis pensamientos: ”lamento haber tenido que interrumpir la clase, pero... pensamos tener una sucesión de charlas... los profesores están de acuerdo... a intervenir más en clase... eres muy callada... con mi apoyo y el de los docentes para...”

Ella siguió hablando y yo miraba el movimiento de su boca regordeta y escuché algunos otros fragmentos de frases entrecortados y las comisuras de mis labios ya no me obedecieron y se curvaron hacia arriba y sonreía mirando para abajo con una sonrisa esta vez imposible de enderezar; y ya no veía el momento de salir de ahí y volver a la clase antes de que sonara el timbre del recreo para escaparme al baño de los preescolares con Mariela a fumar un cigarrillo.

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27.9.07
  26 de setiembre 07, miércoles.

Me levanté tarde, tenía frío y muchas ganas de dormir. Pasé todo el día con frío, aunque había sol. No hice registros, estaba con ganas de nada. Creo que salí demasiado estos días pasados; fue todo muy de golpe.

De tarde, después del almuerzo, prendí la estufa y me acosté a leer en el sillón frente al fuego; por supuesto me quedé dormida y me desperté a eso de las 5, con más frío, así que decidí no ir a la inauguración de la instalación de Pat en el Instituto Goethe

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26.9.07
  25 de setiembre 07, martes.















Leí. Me dormí en el sillón. Trabajé en las imágenes para la expo. De noche fui a la despedida de la novia de Rodri en lo de Soco.




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25.9.07
  24 de setiembre 07, lunes















De mañana temprano llegó Sofi, se había ido el viernes a Rivera al casamiento de su mejor amiga, Astrid. Ni la vi, dejó una nota en la cocina diciendo que se iba a dormir al cuarto de Marce, a los altillos. Yo me fui temprano, aunque llegué media hora tarde; se hizo un taller en el MNAV, con el video artista alemán.



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24.9.07
  23 de setiembre 07, domingo.















Almorzamos en la chacra de Ivonne, en Las Brujas. Por suerte mejoró el día, aunque estuvo ventoso, salió el sol. De mañana temprano parecía que iba a ser un día nublado. Comimos unos exquisitos tallarines de harina integral con una salsa de brócoli, champignones y crema. Y helado de postre, charlamos, estuvimos al sol. Más tarde llegaron unos amigos de ellos. Nos fuimos medio temprano porque no puedo tomar frío y al bajar el sol enfría rápido.







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  22 de setiembre 07, sábado.

Un día espectacular, soleado y fresco. Por fin terminó de llover. En realidad el viernes también fue soleado, pero estaba más frío.

Regué un poco las plantas, puse en tierra los plantines de albahaca y fui con Julio a la feria, y después fuimos a Cinemateca a sacar unas películas para el finde.

Más tarde nos entregamos totalmente a la pantalla chica. No hice registros. No sé por qué.

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TERESA PUPPO 2007

Nombre: Teresa Puppo
Ubicación: Montevideo, Uruguay
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