AUTORRETRATO http://07
1.11.07
  31 de octubre 07, miércoles.

Salí a correr. A la vuelta me encontré con Cecilia. Vinimos unas cuadras charlando. Fui hasta el fac de visita un rato.






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  30 de octubre 07, martes.

Terminé de escribir las alucinaciones, capaz que en algún momento me acuerdo de algo más. Están muy mezcladas con vivencias “reales”; en general todo lo viví como realidad, eran tan reales los lugares increíbles a los que iba como las cosas que me pasaron racionalmente no aceptables:

Estoy en una cama, envuelta en sábanas del CASMU. Hicieron a mi alrededor un decorado que parece de cartón pero adornado como si fuera una torta para que no se vea la cama, solamente aparece mi cabeza. Así los que lleguen al restaurante no se van a dar cuenta de que estoy enferma. Me siento cansada. Están inaugurando el restaurante. Yo fui a pesar del accidente, no fue decisión mía, me desperté allí. En este momento estoy en la parte de abajo del edificio, entre las mesas. Llueve a cántaros. Esperamos, comiendo unas delicias de copetín. No viene casi gente, estamos solamente los parientes de los que trabajan ahí y de los dueños, y algunos amigos. Afuera, en la vereda, prepararon un deck con mesas, techado, para que entrara toda la gente que esperaban que fuera. Pero está vacío por la lluvia y por los planchas del barrio que rodean al restaurante, gritan cosas, “cuándo está la comida pronta”, “dame algo rico, flaco”. Hay helicópteros que iluminan la calle del restaurante para que no haya problemas con los planchas ni con los robos, está contratado como seguridad por el restaurante. Pero a ellos no les importa y ahuyentan a los clientes que se espantan cuando quieren acomodar los autos y les ven las pintas y se van a otro lado. Hay un plancha chiquito, de unos 8 años, que se esconde, tirado en un rincón baldío para ocultarse de los disparos que zumban en el lugar, vienen de todos lados. Están todos pasados de pasta base. Alguien, una mujer, dice que le da lástima ver a los que consumen pasta base. Dice que llegan destruidos, con la boca quemada. El chico de 8 años también está pasado de pasta y su boca está negra de las quemaduras. Juega con una especie de disco ninja que es un invento japonés, es un disco que es como un mp4 pero de última generación, mucho más sofisticado y con alcance mundial. Salen carísimos y los planchas los roban para drogarse con la música. El niño escucha música todo el día a todo volumen y eso tiene terribles efectos secundarios, se le achicharra el cerebro, es más rápido y más letal que la pasta base. Pero todos los niños y adolescentes quieren tener el disco y escuchar música. Es lo que quieren los que lo inventaron, que haya caos y que se les achicharre el cerebro a todos, a todos los habitantes del mundo.

Ix ganó una promoción de teléfonos celulares y se fue a Hawai, de paseo, llama por teléfono para saludar desde allá. Las llamadas estaban incluidas en la promoción y eran una trampa, porque transmiten un virus a todos los lugares donde llama que hace interferencia con las líneas telefónicas que están cerca, las bloquea, las redirecciona. Todo es un caos.

Pasan las horas y no viene gente al restaurante. Afuera comienzan tiroteos entre bandas y también con los milicos; Mx se calienta del fracaso de la inauguración y llama a gritos a los planchas “vengan, querían comer, coman” y tiran harina para arriba, todo está blanco de harina y hacen harina frita. La harina que vuela por todos lados deja todo blanco y a la gente le parece lindo y yo me ahogo, no puedo respirar. Al día siguiente sale en los diarios que la inauguración “fue todo un éxito, extravagante y especial como todo lo que hacen en ese restaurante. Una verdadera fiesta”.

Estoy sentada en una camilla y dos enfermeras me agarran, una de cada lado y los que me rodean están impacientes. Estoy perdiendo un embarazo, apenas un redondel de 5 cm de diámetro que está saliendo por una abertura vertical que hay en mi frente, y las enfermeras lo cortan en cuanto sale antes de saber de quién era el óvulo y quién lo fecundó. Se asustan porque era un dato importante, el dato que todos están esperando y entre ellas deciden no decir que lo cortaron antes de fijarse en la información que traía. Para que todos crean que es verdad lo que van a decir, me hacen un tajo con un bisturí debajo de cada axila y con la sangre que sale me pintan la cara. Todos los que me rodean están desilusionados porque se perdió la información correcta, pero aceptan el diagnóstico de la sangre, que dice que el óvulo era mío y que no estaba fecundado. La involucrada, a quien podía pertenecer el óvulo era Cxo, y había gente importante que presionaba para saber si estaba fecundado por Dx, él quería saberlo. Veo muchas caras serias y preocupadas.

Tengo sed, quiero Fanta o alguna bebida dulce; le pido a una enfermera una bebida, tengo muchas ganas de sentir líquido en mi garganta, en mi boca reseca. Ella se enoja y me contesta mal, me dice que no necesito azúcar ni agua, que estoy bien alimentada por la sonda y bien hidratada. Que no puedo tomar nada. Insisto. Se va.

Al rato –ya es de noche- que trae un balde con un líquido naranja que me hace acordar a un jugolín (me dan unas ganas terribles de tomarlo) y lo echan dentro de un lugar que está conectado con el tubo que me alimenta, que manda los alimentos o el suero hacia el tubo digestivo o a la sangre. Al día siguiente me preguntan si se me pasaron las ganas de comer algo dulce, les contesto que no, que sigo con sed y con ganas de tomar algo dulce. Ella me contesta que me pusieron medio balde de veneno para ratas porque es lo más dulce que hay, para que me diera cuenta de que no necesitaba azúcar sino que era otro “capricho” mío. Si hubiera necesitado azúcar eso me hubiera sacado las ganas, dicen.

Camino por la pampa, una geografía extensa que parece interminable se extiende ante mí. Es un plantío de sorgo. Las plantas están en flor, o como se llame ese manojo oscuro que parece una cola de zorro negro. Camino siguiendo una senda entre el plantío, tengo hambre. Hambre dolorido, hambre de retortijón de panza. De pronto veo una liebre gigantesca (dos veces mi tamaño –que para liebre es bastante). La liebre me mira. Yo miro a la liebre. Su mirada es extrañamente fija, de ojos redondos, negros y brillantes. Mueve el hocico negro y húmedo y frunce la nariz sin parar. Está inmóvil, como sopesándome. Me la imagino estaqueada, frente a un fuego, crocante y dorada. Se me hace agua la boca, llevo muchos días caminando sin comer nada. Es imposible, absolutamente imposible que yo logre cazar esa liebre, pienso, mientras me imagino intentando perseguirla. Y si la llego a agarrar (si se cae, o se sacrifica porque presiente mi hambre), si la llego a agarrar, ¿cómo la mataría? Y con qué la trozaría, si no tengo nada cortante, ni una piedra, solo hay tierra en el camino. Mientras calculo las magras posibilidades de cenarme la liebre, percibo su mirada fija. Pienso que ella me está imaginando a mí estaqueada, frente a un fuego, crocante y dorada. No, las liebres son herbívoras, me digo. No puedo apetecerle. Se acerca otra liebre que también me mira. Es muy parecida a la otra, pelo bayo, corto. Orejas rellenas de algodón blanco. Enseguida aparece de la nada una tropilla de liebres; estas no se detienen a mirarme ni a mirar a las otras dos liebres. Corren como en una estampida, aplastando todo lo que encuentran a su paso (el sorgo y yo). Me empujan y las que vienen atrás me caminan por arriba, pero no me lastiman.

Voy a caballo atravesando un bosque. Voy hacia la frontera, quiero salir de Uruguay. Es un día soleado y los rayos de luz traspasan las ramas formando haces luminosos que parecen compactos. A un costado crecen unos enormes hongos rojos con pintas blancas, blanquísimas. Amanita Muscaria, pienso. Tengo ganas de probar un alucinógeno. No me animo. Mi miedo es no volver, quedarme por allá.

Estoy en una ciudad que sé –tengo la certeza- que es Porto Alegre. En una esquina me encuentro con Neca, que me quiere llevar a un lugar, a la casa de una señora amiga de ella que tiene muchos libros. Yo busco a Sofi, mi hija, que es una niña y se me perdió. El lugar es sórdido y está oscuro, es al costado de una rampa-calle que deja a la ciudad por debajo. Esa rampa termina en un lugar iluminado y que Neca me dice que es muy seguro, ella vive cerca de allí. Yo presiento peligros.

Voy a la Rambla que es igual a la Rambla de Pocitos –a la última parte, la de las plazas donde paran los ómnibus- y la busco. Ahora es de día. Desde otra dimensión veo lo que hace. Camina por la plaza. Encuentra un edificio. Ahora la niña soy yo. Entro al edificio sin que el portero me detenga y marco piso 7 en la botonera del ascensor. El ascensor sube y me bajo cuando se detiene en el siete. Frente a mí hay otra puerta, la del apartamento del séptimo piso. Entro –no está cerrado con llave- y lo recorro como si lo conociera. Salgo a la terraza y miro la Rambla. Luego me dirijo al living, que tiene un enorme ventanal hacia el oeste, a esa hora soleado, y me acomodo en un sillón a leer. Suena el teléfono y no me animo a atenderlo. Pienso que pueden encontrarme y retarme, presiento un peligro que no identifico, pero es inminente y me voy, escondiéndome y poniendo mucho cuidado en que nadie me vea. Al salir del edificio, doy vueltas por la plaza. Un ratón Mickey que tiene un skate quiere jugar conmigo, y en la mano tengo un juguete que es como una arañita se abre y se cierra haciendo un ruido especial. De a ratos tomo conciencia de la otra realidad, la que me tiene atada a una cama del CTI del sanatorio. No quiero, me esfuerzo en seguir en el sueño, en ese otro lugar. Quiero volver a ese Porto Alegre que no es. Logro montarme a una bicicleta e ir a recorrer la avenida de POA que viene desde el Gasómetro y pasa por la Rodoviaria. Mi bicicleta vuela, doy pedal a toda velocidad. Siento el aire en mi cara. Mickey viene a mi lado en el skate.

Vuelvo a la cama, a los tubos metidos en mi garganta, a la boca abierta y reseca; la enfermera me está diciendo que me va a bañar. Me empapa con una esponja con agua caliente, siento placer. Me lava la cabeza, el cuerpo, y me enjuaga apenas. Me peina con una crema espesa. Cuando termina, no me siento limpia.

Vino Jx desde Nueva York, sé que está acá porque quiere organizar una fiesta con toda la familia. También va a estar el hijo de Mxa, que vive en España pero también está acá de visita. La fiesta va a ser dentro de 2 o 3 días, porque por ahora no me dejan salir. A Jx lo trajo una ola gigante, vino con la ola. Ax y Sx vinieron con la misma ola a contarme que esperan un bebé y que están contentos. Me dijeron que ese es el regalo de cumpleaños de Ax, que es dentro de dos días, que no me preocupe por comprarle nada. Ax es muy cariñoso conmigo, me abraza, me dice que están contentos.

Fuimos a San Pablo porque Julio tenía que solucionar unos problemas. El contador del laboratorio fue con nosotros. A la vuelta, después del almuerzo, Julio se durmió manejando y tuvimos un accidente brutal. Chocamos de frente con otro vehículo, y salimos a la banquina. El accidente fue en una ruta brasilera. Murieron el contador y Julio, que iban adelante, y yo me salvé pero estoy muy grave, internada en el CTI.

Estoy en otra sala del mismo sanatorio, la cama mirando hacia el otro lado, al revés que antes. Elena me pregunta hace cuánto tiempo pienso que estoy acá internada. Uno, dos días, le contesto. No, hace nueve, me dice. Hace nueve días que estoy acá y no lo recuerdo. Me dice que me engripé, que estuve tres días con fiebre alta y que después me internaron. Que estuve mucho más grave, con neumonía doble, congestión, que no podía respirar. Que me salvó un medicamento que consiguieron comprarme con ayuda de muchos amigos y que si no fuera por eso probablemente me hubiera muerto. La entiendo. No me acuerdo de haber tenido gripe. De cualquier forma, no me animo a preguntarle por Julio. Sé que está muerto y no me lo dicen y quiero morirme. Paso todo el día con miedo. De pronto lo veo aparecer. Es como una aparición, lo mejor que me pudo haber pasado. No le digo que creía que había muerto en el accidente. Le aprieto la mano.

En la casa de al lado, que es de altos, vive Ax Ax y tienen un perro guardián que ladra y gruñe, se oye como si fuera una bestia gigante. Los planchas gritan que hagan callar al perro o lo van a matar. Ax dice que ya mataron a uno. Visitamos la casa de Ax. Hay un tema del que no se puede hablar. Tiene que ver con las hijitas de Ax, de tres o cuatro años, la azotea y el marido nuevo de Ax. Las niñas están solas, con cara de miedo. El hace alguna maniobra financiera trucha y puede ser que a Ax le rematen la casa.

Me entero que Ix, sin saber el peligro de los discos ninja, le regaló un chip a Ale, que se copa con la música. Ale me lo presta. El chip me dice “Hola, ahora nos comunicamos contigo desde Portezuelo”. Empiezo a escuchar pitidos, toda la sala tiene interferencias, los teléfonos no andan, o llaman a cualquier lado. Le quiero pedir a Ale que se deshaga del chip, que lo tire, pero no me entiende o no me hace caso. Pienso que se hace el que no entiende. Todos me tratan así, como si lo que yo pida o diga no hubiera que darle bola. Me siento super frustrada, creo que Ale sabe lo de las interferencias del chip pero no quiere tirarlo. Los ruidos de las interferencias me alteran, y también me siento incomunicada, y tengo miedo de que se envicie como los planchas con el disco ninja o de que ya esté atrapado; quiero que venga Julio pero no tengo teléfono para llamarlo, como todo el tema comunicaciones está caótico sé que hay zonas donde uno puede marcar el número del celular que quiera y puede hablar, aunque en apariencia no sea un teléfono. Marco sobre la colcha: 0-9-9-6-3-2-7-3-1 pero nadie me contesta, la llamada no sale, digo hola, hola, Julio, mi voz suena como un susurro, no sé si no me escuchan o no tengo línea; vuelvo a marcar, luego marco sobre la baranda de la cama, la baranda que ponen para que no me mueva o no me escape de la cama. Qué me voy a escapar si no puedo levantar ni una pierna. Ninguna forma de marcar me habilita las líneas. Pienso que debo estar haciendo algo mal. Desisto.

Tengo sed, mucha sed. Todo el tiempo siento la boca y la garganta seca. Cuando Julio me da agua siento que es el placer más grande que se puede concebir. Las enfermeras no quieren que me dé agua. Lo hace a escondidas. Jota también me da, me dan el agua en la boca con ayuda de una jeringa. Sin aguja, claro. Julio encontró agua destilada en una heladera, porque no lo dejan entrar a la sala del CTI con nada, ni una botella. El médico me dijo que puedo tomar agua, ellas no quieren darme. Pero con lo que me cuesta hablar y no hacen nada por entenderme, es imposible de transmitir. El médico debería decirles que pueden darme agua, toda la que quiera. Yo no puedo decirlo, no me entienden y si me entendieran no me darían bola. Quiero irme de acá, quiero soltar los nudos de las telas con las que ataron mis manos. Tironeo. Intento desatarme. Es imposible. Ni siquiera tengo fuerza para sentarme. Me recuesto sobre las almohadas, agotada.

Me tienen internada en la parte de arriba del restaurante, es el lugar donde los dueños del restaurante adecuaron para que se queden los empleados enfermos que necesitan internación o sus parientes. El edificio no tiene 2 pisos, la parte de arriba, donde estoy yo y algún enfermo más es una especie de entrepiso improvisado, con paredes corredizas de yeso y vidrio. Cuando el restaurante está funcionando lo desarman. Las enfermeras y enfermeros y médicos tienen ropa con grifa del CASMU, sé que es robada. Pienso si será falsa. Trato de memorizar el nombre del médico que mira el monitor que está a mi lado para poder denunciarlo. También toda la ropa de cama es del CASMU y alguna del SEMM.

Estoy sola en un espacio separado de los demás con mamparas de vidrio traslúcido pero no puedo ver quiénes están en los otros boxes. Llega un hombre viejo, que no puede ir al hospital por no tener carnet, y lo dejan internado. En ese lugar también atienden a gente que no está afiliada a mutualistas y que no la aceptan en los hospitales públicos. Lo internan. Desde donde estoy no puedo ver su cama. No sé qué aspecto tiene.

Esa noche a todas las visitas las obligan a retirarse temprano. Quiero que Julio se quede, pero echan a todos. Es uno de los días en que el restaurante no abre al público, está todo silencioso. Veo que las mozas que sirven las mesas y las enfermeras –algunas realizan las dos tareas- se visten con unas polleras de paja, largas hasta los tobillos y tienen escobas de paja con las que les pegan a los hombres y les dicen que hay que trabajar, cantan algunas canciones, bailando, que son para curar al nuevo internado. El baile es muy elemental, parece un ritual. Sé que todos pertenecen a una comunidad con creencias que no conozco, me parecen primitivas. Los hombres se dejan pegar, como un chás chás en los glúteos, y también bailan y cantan. La letra de la canción repite algo así como que hay que pegarles para que trabajen y se entiende en español, pero las palabras no están bien dichas, las pronuncian como niños, con muchas eles, como a media lengua. Y cantan con voces agudas, como si sacaran la voz de la garganta. Yo los miro escondida, no pueden verme. Están en el piso de abajo que está muy poco iluminado, casi a oscuras, concentrados en los bailes y canciones. Transpiran. Mx está con ellos, y el Bx también.

Quiero levantarme e ir a un baño. No soporto más estar atada a la cama. Pero tengo que esperar, todos los días me dicen que si sigo mejorando al día siguiente me pasan a cuidados intermedios. Hace cuatro días que me dicen lo mismo. Desde que me desperté. No me duele nada. No sé si es de día o de noche. Los cristales de las ventanas están empañados, me dicen que afuera hace mucho frío y yo tengo calor. Miro el cristal que tengo enfrente de la cama, el que veo todos los días, la parte que está frente a mí no es transparente, es traslúcida. Para ver algo tengo que mirar hacia arriba, y veo el techo. Tiene una luz amarillenta.

A la derecha y frente a mi box, si la mampara que me separa del resto está abierta, veo una especie de escritorio donde trabaja Mxa, siempre de espaldas. Pero sé que es ella. Ahí, al costado, duerme en un cajón una persona deforme: es un muchacho. Está en una zona que alcanzo ver, aunque no distingo bien sus rasgos. Me intriga, y creo que lo miro demasiado y sin disimulo. El otro día le dijo a una enfermera, molesto, que yo lo miraba mucho. La enfermera o nurse era la misma Mxa, que además es su abuela, y sentí su odio hacia mí. Mxa trabajó en casa de mi madre cuando yo era adolescente y ella también. Ella era del interior y tenía un hijo de la edad de Sofia y de Javier.

El ser extraño nunca se deja ver entero, pienso que le da vergüenza. Se viste y se desviste debajo de las sábanas. Tiene las piernas cortas o torcidas y por eso se puede meter dentro del cajón como si fuera muy pequeño. La cabeza es deforme y pelada. Sé que sufre mucho y que n tiene cura, Mxa siempre está pendiente de él y a mí no me presta atención. No le importa si necesito algo. A él lo dejan ir a un baño que hay al costado aunque a todos los demás nos dicen que en el CTI no hay baño.

Escucho un sonido seco y fuerte, como un golpe de algo muy pesado, metálico, contra algo de hormigón. Oigo que dicen que es una puerta de seguridad que se cierra sola. Con trabajo, giro la cabeza hacia la izquierda, es de noche y los vidrios están empañados. Reflejan las luces de los edificios iluminados. Pienso que el sonido se oye como sonaba el ladrido del perro de Ax Ax, capaz que no era un perro.

Estoy atada. Siento la boca seca. Quiero agua. Quiero sacarme estos tubos de mierda. Le pedí a Sofi que me trajera un espejo. Me preguntó si estaba segura, le dije que sí. Sofi me besa, me abraza, yo quiero mimos. Quiero salir de acá, bailar, correr. Siento que exhalo un olor rancio, a pesar de los baños a horas insólitas, del agua colonia. No me lavan la boca.

Sofi me trae el espejo y me miro. Enseguida lo aparto, no quiero verme. Estoy horrible, la boca abierta en una o y fruncida, con tubos de plástico transparente que no me dejan cerrarla, parezco una vieja fea. Me asombra verme tan vieja. Mi boca está rodeada de sangre seca y de saliva seca. Le pido que no me traiga más espejos. Acerco mi mano a mi nariz para rascarme y siento un olor a queso rancio. Viene de debajo de mis uñas. Las miro: están amarillentas y largas. También me trajeron revistas. Miro las de Nacional Geographic y le pido a Sofi que me lea. Me canso enseguida, prestar atención me cansa.

Entra Marcelo, viene a verme. Me da un beso, dice que estoy mejor. Afirmo con un movimiento de cabeza. Mis pies no dejan de moverse, me retan todo el tiempo porque me puedo arrancar las vías, pero no puedo controlarlos. Se mueven. Siento ansiedad. Marce me pregunta si quiero hacer relax. Le digo que no puedo, que no puedo concentrarme en nada. Me quiere ayudar, pero no puedo. Me vendría bien aflojarme. Hablar con alguien me da mucho trabajo porque no me entienden, no me sale la voz, sale una especie de aire, de soplido. Como en las pesadillas en las que no se puede gritar aunque sea la única forma de salvarse de un peligro mortal. Cierro los ojos y cuando los abro veo las manos de Marce que me está haciendo reiki, un masaje energético. Los cierro de nuevo.

Me cansa que haya gente. Sonreír cuando me preguntan cómo estoy, hacer un esfuerzo para que me salga la voz, intentar dialogar. Siento que me hacen preguntas por compromiso. Me preguntan si me siento mejor. Si me duele algo. Si me siento bien. Si estoy triste. (Por suerte Marce no me pregunta nada). Pienso que les contestaría que sí, que estoy bárbara, que nunca fui más feliz en mi vida que con estos tubos de mierda metidos en la nariz y en la garganta, que me encanta tener la boca seca, las manos atadas, tener una sonda para hacer pis y pañales para cuando cago. Estar tirada en esta cama incómoda, semidesnuda, sin poder estirar una mano para taparme. Estar en manos de las/os enfermeras/os. Hay unos pocos que son buenísimos, delicados y amables. Y otros que me tratan mal, hacen su trabajo pero con brusquedad, con palabras agresivas. La mayoría no me presta atención.

Sofi me trae un mp3 con música de Caetano y de Rita Lee. Me encanta, me dan ganas de bailar e intento sacudir los brazos y las piernas al ritmo de la música así, acostada. Creo que lo único que muevo es la cabeza y las caderas. Sofi se ríe y baila conmigo. “Un sabor a hortelá” dice Caetano; quiero comer eso que me suena a crocante. Estoy en una playa en Brasil buscando los sabores. Camino hacia unos morros que rodean la bahía. El agua es transparente. “…tata tata tatata ta ta ta…tudo e día…tarara…” sigue Caetano. Intento subir al morro porque sé que Caetano está allá, cantando.

Me canso de la música. No quiero nada, solamente que pase el tiempo, que llegue el día de mañana para poder irme a casa. Cuando viene una enfermera a pincharme el dedo le pido algo para dormir. Un calmante. Quiero que Sofi me deje el mp3. Me dice que sí. Cuchi la va a pasar a buscar, y ella le dice una dirección errada, algo de 8 de octubre. Intento hacerle ver su error, no me entiende. Le digo: Isla de Flores 1900, no lo entiende, tengo miedo de que Cuchi se pierda por Montevideo. Imposible comunicarme con ella. No me entiende. Desisto. Cuando se va, se lleva el mp3.

Llego a un lugar que no conocía, es una playa en la India. La playa es solitaria y ahí vive un grupo de aborígenes; las mujeres hacen artesanías con lo único que tienen al alcance, unas especies de raíces oscuras y grandes. Las llevan a vender, con eso compran comida y vuelven a ese trabajo.

Estoy en otro pueblo muy pobre, en una playa tan hermosa como la anterior; también fabrican unas artesanías con los elementos que les da la naturaleza y viven de la venta de esos objetos. Estos objetos son muy coloridos, al contrario de los otros que eran negros. Sé que en algún momento se les va a terminar el material con el que fabrican sus objetos, o que los turistas se van a aburrir de comprar siempre lo mismo y ellos van a pasar hambre. Se van a José Ignacio, acampan cerca del otro restaurante y trabajan ahí. De noche se van a un lugar escondido y cantan las mismas canciones y bailan los mismos bailes que los que trabajan en el restaurante de Montevideo.

Las enfermeras no me dan bola; ahora, cuando quiero llamarlas, muevo con fuerza la baranda de la cama que es de acero, para que haga ruido. No tengo otra forma de llamarles la atención. Todo empieza a sonar, los pitos de la máquina a la que me tienen enchufada también. Entonces vienen enojadas y me retan porque armo despelote, pero puedo pedirles la chata, por suerte logro hacerme entender antes de que se vayan mirándome con impaciencia. Me la traen, pero demoran pilas en volver a buscarla, y tengo el coxis dolorido de estar bajo mi peso contra el acero duro. Trato de hacer ommmm. No puedo, vuelvo a mover la baranda pero no vienen. Cuando vienen me parece que pasó como una hora. Les pido calmantes, algo para dormir. Quiero irme de este lugar tan feo. Que pase el tiempo. Miro otra vez las revistas de la Nacional Geographic que me trajo Julio. Quiero ir a todos esos lugares.

Sofi me cuenta que le escribió Sxb, que está en Los Roques haciendo un relevamiento de corales. Pienso que cuando salga de acá voy a ir a Los Roques, o si no a Morro do São Paulo, o a San Fernando de Loroña o a las Islas Canarias. Es raro, todo lo que elegí son islas. Quiero estar rodeada de mucho mar, de agua transparente y salada. Vuelo hacia una isla y aterrizo en ella, me rodea un mar turquesa. Estoy con Sofi en Los Roques. Sofía nada con los delfines. Se sumerge y emerge agarrada al animal. Sxb se ríe. El sol es fuerte y entibia la piel, le presta un color dorado pero no daña como acá en el sur.

Es de noche y me despiertan para bañarme. Son dos mujeres que nunca había visto. Me dicen que me ponga de costado, pero no me da la fuerza para moverme. No me creen, me dicen que haga fuerza, y la que está a mi derecha me empuja hasta que me coloca de costado. Mientras me lavan, hablan entre ellas. Como no me sostienen con fuerza, me resbalo hacia la derecha, como para quedar otra vez boca arriba. “vamos, vamos, colaborá”, dice una. Me vuelven a dar vuelta. Protestan porque el trabajo es muy duro. La que está a mi izquierda dice que cuando ella tiene algún paciente en CTI sabe que tiene un paciente en el CTI. Yo interpreto que sabe que tiene que aguantarse y hacer las tareas que no le gustan. Y pienso que yo soy un paciente del CTI y que yo soy la que tengo que aguantarme. Se asombran del estado de mi espalda, de la piel maltratada. Yo me callo y trato de hacer lo que me piden. No sé bien si es de noche o de mañana.

De ahí en más me aguanto. Vienen a sacarme sangre otra vez. No me quejo si me pinchan 15 veces en el mismo brazo sin encontrar la vena, de tan machucado que está. Tiene un color violeta amarillento. Miro como la jeringa da vueltas, la aguja metida en mi brazo, la mano del enfermero guiándola intentando llegar a la vena o a la arteria para conseguir la sangre que tienen que analizar. Ommmm. No me quejo. Me duele, pero tengo que aguantar. Minimizo el dolor, me aflojo. No me duele, me olvido, me voy. Al lugar donde me resulta más fácil ir es a Porto Alegre, con el Ratón Mickey. Aunque sea por un ratito. La arañita también aparece con facilidad. Al final el enfermero desiste, dice que basta: no me va a sacar sangre. Una enfermera dice que ella prueba y él no la deja. Más tarde, una chica jovencita viene y me saca sangre de la pierna derecha, cerca de la ingle. Le pido calmantes, algo para dormir. Al otro día una enfermera alta me tantea apenas el lado interno de los brazos, con suavidad. Se decide por el brazo más hinchado y más violeta. Pienso que tengo que aguantar y hago relax. Apenas pincha, retrocede y la jeringa se va llenando de sangre. No me dolió. No sé como hizo.

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  29 de octubre 07, lunes.

Salí a correr. Me encontré con Cecilia. Estuve todo el día escribiendo los recuerdos que tengo de las alucinaciones. Quiero registrarlos antes de que se me olviden, me doy cuenta de que se me van olvidando detalles. De noche acompañé a Julio a la Terminal.






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29.10.07
  28 de octubre 07, domingo.

Pasamos por Las Flores a saludar al Cáscara porque era su cumple y de ahí fuimos a la chacra a almorzar con todos los que llegaron de Venezuela: Manolo, Cris, el Cuti, Irene, Anchi, y el amigo del Cuti con la esposa. Y Julio y Sofía y yo. Y Federico, Andrea y Salva. Y estaban Caíto y Ricardo. Y mamá, Jota, Carmen, Cori, Joso, María, Inés, Lucía, Valentina. Marcelo y flía estaban en Mendoza. Y Enrique había ido a un cumpleaños no me acuerdo de quién. Alejandro no fue y Marce tampoco. Mariana tampoco. Cuando nos estábamos yendo, llegó Elena con Andrés.




















































































































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28.10.07
  27 de octubre, sábado.

Cada vez que salí –durante el día y la noche- me olvidé de llevar la cámara. O sea que no tengo registros. Ejercicio de memoria: me levanté tarde, Julio me contó que la noche anterior Sofi lo había despertado a eso de las 3 de la mañana porque Ale estaba otra vez hinchado por la alergia y fueron al CASMU y volvieron como a las 5 con Ale ya deshinchado y yo ni me desperté ni me enteré de nada (lo que es tener un subconsciente que me protege de los eventos desagradables o/e incómodos).

Ju y yo salimos a caminar –tarde porque nos levantamos y nos organizamos tarde- pasamos por las pescaderías del Buceo a comprar berberechos –queríamos comer pastas al bóngoli y a Julio le quedan especiales- al volver cocinamos y almorzamos, Ju se fue a dormir la siesta y yo me tiré en el sillón a ver tele para dormirme (capaz que dormí mal porque intuí mucho movimiento a mi alrededor). Dormí una buena siesta. De noche salimos a comer algo.

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  26 de octubre 07, viernes.

Sofi con el padre.

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TERESA PUPPO 2007

Nombre: Teresa Puppo
Ubicación: Montevideo, Uruguay
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