El domingo nos levantamos bastante tarde y nos fuimos a la playa. Pensábamos caminar hasta el Cerro Verde, pero en la mitad de la caminata me sentí mal y volvimos. No sé si me hizo mal el sol o qué, pero me sentí horrible, me dolía un ojo y me caían lágrimas pero no de pena, el ojo lloraba y lloraba solo e incomprendido. Todos se bañaron menos yo, tenía chuchos de frío y el agua estaba divina, daban ganas de meterse y lo intenté, me dije: “mañana voy a estar en Montevideo muerta de calor y ahora es el momento de zambullirse entre las olas de espuma blanca y salada, dejarse acariciar por el agua transparente con olor a yodo y a algas, jugar con las olas y las corrientes… ¡Dale, ya! ¡Ahora, no lo pienses!” Pero no hubo caso. No me convencí. Se ve que yo puedo más que yo.
Etiquetas: enero 07
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