Llegamos al puerto de Punta del Este a eso de las 13 horas. Elena fue a buscarnos, también pasaron Enrique y Betty, y Rosana, la hija de Marcelo con Julieta y el papá de Julieta. Yo había dormido toda la noche, casi diez horas, así que estaba super recuperada y cuando íbamos cerca de la isla Gorriti salté al agua –previo aviso, atada con un cabo de la cintura, claro- y Julio y Marcelo aprovecharon para bajar las velas y Caíto para zambullirse. El cabo a la cintura no tenía razón de ser, no había corriente ni viento, flotábamos a la par del barco. El agua estaba espectacular: fresca, cristalina, verde, azul, salada. Si ponía el cuerpo vertical y me quedaba bien floja en unos segundos estaba horizontal. En Bahía me pasaba eso. Pero en Bahía la sensación es más fuerte; esa sensación de que el agua te obliga a flotar: te convence de que es imposible hundirse.
Antes de ir a la chacra, donde nos esperaba mamá para almorzar, pasamos por las mesitas, en la península, y nos bañamos un buen rato. El agua era un placer.
En la chacra almorzamos unos tallarines con tuco de pollo espectaculares y flan casero. Suave. Cremoso. Con aroma a vainilla. Sofi también estaba en la chacra, había llegado el sábado desde La Esmeralda, un balneario de la costa de Rocha donde había ido a pasar unos días con amigos.
Etiquetas: febrero 07
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