A eso de las 10 de la mañana fui a la feria con Yaguá, tenía que comprar fruta y verdura porque mi heladera ya estaba en un estado casi dramático, al abrirla aparecía una zanahoria medio marchita, media bolsa de leche, un pionono que debe tener tres semanas, un bowl con fideos de hace tres días, y medio paquete de manteca. Y agua. Mucha agua. Bueno, la cosa es que me topé con una familia que se instaló en la vereda de Salterain casi Canelones, contra el edificio de Don Bosco que ocupa toda la manzana. Con niños y demás enseres, hasta un perro. Claro, ya sé que en los cantegriles viven así, que hay mucha gente sin techo y seguramente en peores condiciones que esta familia, pero impresiona verlo tan de cerca. No es lo mismo que la mujer caracol o los solitarios que duermen en el parque o en la calle. Y verlos sobre el césped es más natural. Esto es una familia que seguramente fue desalojada, y por ahora se niega a ir a un barrio marginal. Hace unos años averedó otra familia, pero del otro lado de Don Bosco, por Joaquín Requena. Estuvieron poco tiempo, enseguida los sacaron. Y se van allá, a la tierra de nadie, con sus pares, donde no podamos verlos ni olerlos. Y podemos dormir sin miedo, sin culpas, sin molestias. Esto es simplemente un comentario, porque reconozco que me molesta verlos ahí, en la esquina. Mi esquina. Y reconozco que no los traería a vivir a mi casa, que prefiero que se vayan y no verlos, que prefiero dormir tranquila. Aunque me inquieten. Y aunque sepa que existan, que hay mucha gente que sobrevive de esa forma.

El taller de Víctor estuvo muy bueno, realizamos una obra colectiva que tiene sus bases conceptuales en el miedo, el miedo a morir, a dejar de respirar; el miedo que inmoviliza.

Etiquetas: marzo 07

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