Amaneció nublado, bueno... no sé bien en realidad cómo amaneció porque a la hora en que amaneció dormía el mejor de mis sueños, pero cuando me levanté –no sé bien a qué hora porque no uso reloj- estaba nublado y el aspecto del cielo no dejaba dudas de que iba a llover todo el día. Ese también era el pronóstico meteorológico. Aunque cerca del mediodía empezó a despejar y salió el sol y el cielo se puso bien celeste. Y enfrió. Como me encantan las comidas de invierno “de olla”, hice una cazuela de porotos. Ya estaba previsto: la noche anterior había dejado en remojo los porotos y apenas me levanté los puse a hervir hasta que se pusieron tiernos. Piqué ajo, cebolla, tres chorizos de cerdo, un cantimpalo, panceta, zanahorias en cubos. Salté todo en aceite de oliva y le agregué dos hojas de laurel, tomillo fresco y estragón. Después que estuvo todo rehogado, le agregué los porotos cocidos, conserva de tomates y pimentón. Dejé hervir el guiso con fuego suave una hora, más o menos y le agregué unas papas cortadas en trozos medianos. Julio trajo un pan super tierno y bebidas. Cuando las papas estuvieron cocidas, desperté a Sofi (si no la despierto sigue expresa quién sabe hasta qué hora). Ale se había levantado más temprano porque lo llamó el profesor de saxo para cambiar la hora de la clase. Comimos los cuatro en la cocina. Estuvo muy rico. Qué bien cocino. Me quiero. Faltaba Marce, que sigue en Rivera, con el padre.

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