Fui a lo de Elizabeth, la dentista. Estar acostada en la camilla, con la boca abierta y sus manos adentro de mi boca con todas las luces del consultorio impecable iluminándome, me provocó una sensación rara, casi de pánico. Terrible angustia, aunque hice ommmm y relax y se me pasó. Volví a casa caminando para obligarme a hacer ejercicio y en un momento me dieron ganas de llorar. Pensé que debería ser al revés, que el hecho de tomar conciencia de que estaba libre y caminando por las calles llenas de gente tendría que hacerme feliz. Llegué a casa me acosté y dormí hasta las nueve.
Etiquetas: noviembre
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